Por: Cira Romero
Fotos: G. Blasky Studio
Agradezco a mi amigo Jesús Lara Sotelo su invitación para dejar inaugurada su muestra retrospectiva «Fuego y meditaciones». El título escogido no puede ser mejor, no solo por el significado que encierran sus obras aquí presentadas, donde se conjugan varias propuestas técnicas —lienzo sobre carboncillo en una escena de Alicia en Giselle, cerámica con técnica mixta, la más representada, litografías—, sino porque el conjunto en sí mismo exhibe una representación de series mayores que el espacio disponible no permitió explayar. «Sueños con serpientes», «Última corrida», «In vitro» son conjuntos de los que solo presenciamos hoy unas pocas representaciones.
Pero el espacio de una galería, como esta del Cerro, que lleva el nombre del escultor y dibujante Teodoro Ramos Blanco, figura insigne de la plástica cubana, no puede privarnos del placer de admirar una exposición como «Fuego y meditaciones», donde el maestro Lara, una vez más, exhibe sus múltiples propuestas. En una ocasión llamé a Lara «el artista de las posibilidades», y creo que lo que ya constituye una especie de epíteto, como aquel famoso de Aquiles, «el de los pies ligeros», se confirma una vez más con lo ahora mostrado, que en cierto modo viene a ser un complemento, un continuum, de una exposición mucho más amplia inaugurada hace solo unos días en el Centro Provincial de Diseño y Gráfica, ubicado en la intersección de las calles Luz y Oficios, y que todavía puede visitarse.

Exposición Fuego y meditaciones. Galería Teodoro Ramos.
La obra plástica de Lara, tanto la ahora exhibida, como el resto de su producción, se mantiene en una zona diferente de la plástica cubana. Sus múltiples posibilidades para desarrollarse en las diversas manifestaciones que contemplan esta expresión artística contribuyen, sin dudas, a que su permanencia y vitalidad en el canon cubano se mantenga siempre en una constante evolución y también asentándose en su perpetuidad, porque, bien lo sabemos, el canon, aún en su transitoriedad, constituye un registro que devela y asienta las particularidades hasta llegar al conjunto, sea en materia plástica o literaria, entre otras manifestaciones creativas.
Jesús Lara Sotelo es un hombre muy vital, diría que demasiado vital, inquieto, vivaz, que se mueve en tantos terrenos del arte que si los enumero posiblemente pongan en dudas mis palabras.
Confieso que lo que conozco mejor de su obra es la literaria, espacio donde ya va ganando un lugar con varios libros de poesía dados a conocer, pero como, por gajes del oficio de crítica literaria, uno se envicia por querer ver siempre más allá, me gustaría vincular lo cuantitativamente poco aquí mostrado con su obra escrita. Y entonces me surgen constantes y variantes que aunque podrían concitar el debate con otros críticos, sean plásticos o literarios, el balance que se obtenga puede ser altamente productivo. sta muestra que ahora todos admiramos tiene mucho de rastros, de rostros, de huellas, pero tiene, además, la conciencia, plena de abstracción, de que reconstruye y se proyecta desde índoles precisas, y va a la búsqueda de una definición desde posturas culturales de una violencia que encierra un simbolismo donde lo intelectual es materia de voces contrastadas, eficientes, valorativas.
Esta muestra que ahora todos admiramos tiene mucho de rastros, de rostros, de huellas, pero tiene, además, la conciencia, plena de abstracción, de que reconstruye y se proyecta desde índoles precisas, y va a la búsqueda de una definición desde posturas culturales de una violencia que encierra un simbolismo donde lo intelectual es materia de voces contrastadas, eficientes, valorativas.
Quisiera evocar ahora las palabras de uno de los críticos de arte más reconocidos de Cuba, Guy Pérez Cisneros, bien asentado como «el crítico de la modernidad». En el otoño de 1947 publicó en la emblemática revista Orígenes, compartida, bien lo sabemos, entre escritores y pintores, y cuya cabeza dirigente fue José Lezama Lima, un artículo sobre Víctor Manuel y la pintura contemporánea del cual leo un fragmento que, creo, entronca con lo que Lara muestra hoy. Decía hace setenta años este reconocido crítico:
Quizás somáticamente cada generación rompe con la anterior, pero desde el punto de vista del germa, del protoplasma histórico, cada generación son todas las generaciones, las dadas, las que se disfrutan y las que se desconocen y nos interrogan despiadadamente […]. Las generaciones anteriores, las que se creen en trance de negar las generaciones, afirmando lo que creen haber hecho, su logro y como es frecuente, la Apocalipsis y la peste consiguiente. Ellos hicieron y cumplieron, lo que vino después, debilitó y traicionó. He aquí una candorosa actitud simplista porque lo que en una generación interesa no es su perfil, sino en qué forma potenció su protoplasma o acreció su levadura.
Estas palabras de Pérez Cisneros las vínculo, más que con la generación a la que pudiera pertenecer Lara (bien sabemos que el tema generacional es todavía bien peliagudo y sometido a juicios en pro y en contra) a todo lo que hay en su obra plástica y literaria (me disculpan, pero no puedo desprenderme de ella) de potenciación y del desempeño de un rol muy particular y activo que nos pone al día de conocimientos y técnicas y que, si se quiere, traicionan, para bien, una pretendida modernidad que en él es suelo, vale decir tierra, y alma y espíritu. Porque si entre los rasgos que distinguen su obra en general hay uno particularmente importante es el de su espiritualismo, presente en referentes, en entidades ineludibles. Signada por una integración cuyos espacios de visibilidad son múltiples, encontramos en la obra de Lara, la mostrada y la que guarda, una vitalidad que acaso los academicistas, al verla como cuerpo crítico, opten por permanecer callados, pero nunca indiferentes, que son dos cosas distintas, y entonces se murmure, se traspasen ideas de boca a boca, de oído a oído. Y entonces él sonríe porque ve en ese ejercicio del criterio solapado una prueba más de que su obra funciona, no como un inventario de piezas, sino como un manantial de vida y de fuerza.
«Fuego y meditaciones» en uno y mil ejercicios visuales al mismo tiempo. Admiremos el todo y las partes en esta propuesta que puede tomarse como ejemplo fehaciente de la desembocadura, una más, de una creación plástica singular que permite comprender los múltiples espacios de este «artista de las posibilidades».
Cira Romero (Santa Clara, 1946) Ensayista, crítica literaria e investigadora de figuras y temas de literatura cubana. Es miembro de la Asociación de Escritores de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y Miembro de Número de la Academia Cubana de la Lengua.
Referencias y enlaces a su obra:
http://www.acul.ohc.cu/discurso-de-entrada-de-cira-romero/
http://www.uneac.org.cu/noticias/ingresa-cira-romero-la-academia-cubana-de-la-lengua