Texto: Marilyn Bobes
Foto: Glasky Studio
«¿Quiénes son los locos, los de adentro o los de afuera?», se pregunta Jesús Lara Sotelo en su libro ¨Grand Prix¨, de 2015, que, junto a ¨Ojo sencillo¨, de 2006, se reúnen en un solo tomo de su vasta y notable obra poética que sobrepasa ya la veintena de títulos.
Y es que la alienación del hombre contemporáneo, que encuentra en este cuaderno una de sus corrientes subterráneas más recurrentes, constituye aquí el motivo de múltiples paradojas con las que se construye un corpus. La lógica se trastoca hasta el punto de confundirse con el absurdo. Pero no siempre, puesto que hay un «ojo sencillo» con el que el sujeto hablante contempla una cotidianidad embellecida por la presencia del amor, aun cuando este no salga indemne a la amenaza y hasta el acoso del mundo exterior.
Creo que los mejores poemas de temática amorosa que ha escrito Jesús Lara Sotelo podemos encontrarlos en este cuaderno. Entre ellos destaco ¨Idea fija¨, con la sutil y exquisita expresión del fenómeno migratorio, ¨Tour por la fragancia¨, ¨Hasta mí¨ y ¨El punto G y todo lo demás¨, por solo citar cuatro en los que el autor se nos muestra como un agudo taxidermista de los entresijos menos explorados y visitados en la dinámica de las relaciones de pareja.
La multiplicidad y hasta fugacidad de esas relaciones se expresan a través de los cambiantes nombres que aparecen en los textos dedicados a lo amatorio, así como en las diferentes locaciones en la que se colocan los acontecimientos, pudiera decirse que narrados.
(A propósito, creo que este es el libro donde el autor más se aproxima al minicuento a pesar de las reiteradas particiones en verso, menos utilizadas en otros que, paradójicamente, se acercan más al género de la poesía).
Como en casi todo lo que escribe, Lara Sotelo violenta su lenguaje hasta convertirlo en un instrumento muy personal para profundizar en los contrastes de un mundo presidido por la fatuidad y otro donde no queda más remedio que acudir a la violencia verbal como testimonio de su rebeldía e inconformidad. De ahí sus exabruptos tropológicos.
El poeta parte de anunciar que no quiere recordar nada. Y hay en esa aseveración una suerte de rechazo a conectarse con una memoria que, sin embargo, asoma casi involuntariamente cuando recrea, a su manera, los años 60 u otros acontecimientos que para él carecen ya de sentido.
El presente se convierte entonces en esa tierra de nadie que ahora habita y donde se detiene a «beber en una taberna estrecha, sin ideales/ repleta de borrachos también sin ideales». Es la realidad del homo contemporáneo, alienado de sus expectativas por la fuerza de las circunstancias.
Sin embargo, una subasta de Christie`s donde se ofrece al mejor postor un barco rojo lo devuelve a un pasado desconocido en el que rinde homenaje a sus antepasados «asfixiados en bodegas pestilentes…/ sentados sobre su propia mierda/ encadenados unos a los otros con los ojos vacíos de luz».
Por eso el grand prix no puede ser otra cosa que el presente, ese donde «la vida, la belleza o el disparate de la vida», nos previenen de que «en Berlín ya no hay muros pero sí cabezas rapadas».
En Lara Sotelo —y esto se aplica no solo a este libro sino a toda su obra— hay siempre un peculiar compromiso cívico. No es el poeta quejumbroso que se conforma con la lógica imperante.
Vira al revés el mundo y lo rehace por medio de una enajenación que lo hace retar a los siquiatras, «adictos a las personas» sin saberlo y comportándose como seres incapaces de controlar sus propios instintos mientras esperan por el próximo paciente, posiblemente mucho más lúcido que ellos mismos.
«¿Cuál es la lógica de los poetas?», se pregunta este personaje que Lara ha puesto a disposición del lector. Todo un andamiaje de lo que pudiera parecer un trastorno mental se transfigura de pronto, a través de su racionalidad atípica, en una cordura de portones abiertos que son más prisión que las propias prisiones.
Hay en ¨Grand Prix¨ y ¨Ojo sencillo¨ un optimismo cauteloso, un sentido del humor inteligente que persigue una comunicación más empática con el receptor sin que, para conseguirla, el poeta deba apelar a facilismos ni concesiones onerosas.
Como siempre, la brevedad aumenta lo intenso de cada uno de sus versículos que en este libro se entremezclan, más que en ningún otro, ya lo he dicho, con una suerte de narratividad solo alterada por lo emotivo de un discurso que no ofrece resquicio al prosaísmo, a pesar de la introducción desenfadada de palabras soeces, reivindicadas como componentes naturales del habla castellana.
La imperfección del mundo provoca la ironía de un optimismo que no logra convencer como colofón de tanta insensatez. Pero el lector inteligente adivinará, a pesar de todas las alteridades con las que el sujeto lírico desafía a lo circundante, una vocación transformadora que impida finalmente la (auto) destrucción.
¨Grand Prix¨ y ¨Ojo sencillo¨ no son libros de marginaciones, de tanteos para la búsqueda, sino de soluciones, al menos de inclusión. Un libro que rechazarán «los normales» de los que hablaba Roberto Fernández Retamar, aquellos que no tuvieron una madre loca ni un padre borracho. Pero, sobre todo, un llamado a la apertura de los que componen sinfonías y, como Jackson Pollock —según Lara— se derraman constantemente sobre un lienzo fugaz.
A ellos pareciera decirles Lara, citando otra vez a Retamar: «Que les dejen su sitio en el infierno y basta».
La Habana, 2 de junio de 2016