por: Francisco López Sacha
En ¨El escarabajo de Namibia¨ Jesús Lara se atreve a esculpir con la palabra, lo cual implica lanzar un cincel contra el viento. Esa es la textura de sus aforismos. Breves golpes sobre la piedra del sonido. Un esbozo, o más bien un escorzo, que puede captar en un instante lo que se ha meditado y sentido durante muchos años. Una palabra, una frase, una línea, el salto premeditado para atrapar la idea más veloz, el goce más prístino, la oración que puede concluir una sentencia. En suma, el mazazo de un juez. Después queda el eco, la reminiscencia, la memoria, lo que aguarda en el tiempo. La resistencia del viento es inasible, pareciera que el cincel lo penetrara sin cambiarlo. Pero cada golpe lo modifica, y nos modifica para siempre.
He tratado de acercarme a este trabajo como si yo mismo esculpiera en el viento. Lara domina perfectamente el arte del axioma, el nítido mensaje de la frase elaborada hasta la dureza de la roca. Su búsqueda comienza allí donde termina, y esa es precisamente la apertura poética del género, que inicia casi con un acertijo y concluye con una interrogación. ¿Qué puede añadir la voluntad del escultor a la piedra? Una nueva figura, una vivencia, la posibilidad de dejar una huella y un mensaje cifrado.
Los textos de esta primera sección pertenecen a ese propósito, son el vestuario de una serie de meditaciones que incluyen el proverbio, el tambor de los viejos adagios, la metáfora, la línea precisa e inspirada que provoca una reacción de pánico o de felicidad ante una verdad descubierta. Pienso en algo tan claro, tan armónico, como el texto que incluye Lara al comienzo de esta colección: «Los ideales también pueden cambiar como los intereses». Tal parece que su autor le da la vuelta a la célebre afirmación de Octavio Paz: «La izquierda tiene ideales, la derecha solo intereses». Pero Lara se inclina por una observación más amplia. El cambio es la esencia, la sustancia natural de nuestro mundo. Sin el cambio seríamos piedras, rocas diseminadas y confusas sin una dirección, sin un sentido. Esa es la naturaleza de las cosas, mucho más allá de cualquier disposición política. Lara sabe que el género puede asumir esa ambivalencia ya que en él los ideales y los intereses asumen idéntico valor. Ambos son proyectos dinámicos.
Esta suerte de interpretación, sugerida por el propio texto, me lleva a considerar que Lara respeta la factura del género, pero no sus palabras antiguas. Lara se mueve por este espacio como si lo creara otra vez, como si viviera en una montaña. Es decir, no ignora la vastísima tradición en el imaginario popular de consejos, refranes, máximas, advientos, y menos aun la explosión histórica que provocaron Séneca y Marco Aurelio en la cultura latina. Sin embargo, Lara asume su propia voz, y genera un enfoque que lo moderniza, reintegrando también toda la fuerza que el aforismo tuvo desde sus orígenes hasta hoy. La audacia de sus observaciones descansa en que cada vida es única y cada época proyecta sobre ella un destino muy particular. Lara puede crear un mundo fabulado con otras leyes, con otras palabras, sin recurrir al inventario colectivo, sin sacrificar ni sus puntos de vista ni la elegancia o la dureza de su estilo.
Esta es quizás la grandeza de esta obra, la tentativa de narrar en primer plano y conseguir, con un puñado de palabras, la belleza y la explosión de una idea. Lara sabe muy bien que no se vive en la palabra y lo que allí se asienta o se graba o se burila es siempre nuevo. Esa ventaja le permite obviar las verdades evidentes y lanzarse a perseguir una experiencia múltiple donde acoge en igualdad de condiciones los problemas de la pareja, el sexo, las creencias, las dificultades cotidianas, y aun las graves condiciones de la vida humana sobre el planeta. Con esa variedad, Lara extrae el sonido, el sentido, la densidad de esa materia indócil. En realidad, cada golpe que resuena hace temblar al escultor.
El mismo autor lo afirma: «Cuando no hay suficiente humildad para ceder, existe la variante de pactar». Lara puede hacer un pacto secreto con las mismas figuras que recrea, con esa granizada de palabras, esquirlas que se desprenden de su trabajo con la piedra. Cada expresión es la ganancia de su esfuerzo y es la finísima envoltura de lo que sabemos, pero no nos atrevemos a pensar. El autor conoce a fondo que trabaja con verdades incómodas, pero extrae de ellas una sustancia grata, un efecto, una iluminación.
Ahora bien, no estamos ante un absoluto. Cada una de estas observaciones pueden leerse en serie. Algunas sobresalen por su novedad, otras por su audacia, aquellas por el tono, estas por el dolor. Lo importante es asumirlas de conjunto, como un universo, donde cada una de ellas realiza una función diferente. Leyendo esta primera sección puedo creer que el ritmo, el movimiento y la acústica de las palabras le dan una escala cromática a estos aforismos, así como el trabajo por separado de cada instrumento, el bajo, la guitarra, el güiro, la clave, las maracas y las voces producen la polirritmia del son, el sonido cubano por excelencia, el gran hallazgo de Alejo Carpentier. Por eso es inútil pretender una clasificación, e incluso, una selección. Ellos son, están ahí, valen por sí mismos y en relación con el sentido que les prodiga el artista.
Voy a pensar que lo general carece de propósito, como afirma el autor, o que la mejor canción es la que sale sola, como intuye Bob Dylan. Para la segunda sección de este libro, la naturaleza oficia de maestra y cualquiera de sus criaturas puede portar un mensaje. Lara interpreta esos signos —«¿Qué habrá en torno mío que esté ya definido, inscrito, presente, y que aún no pueda entender? ¿Qué signo, qué mensaje, qué advertencia, en los rizos de la achicoria, el alfabeto de los musgos, la geometría de la pomarrosa?». (Alejo Carpentier, El siglo de las luces)—, y aquí no trabaja como el escultor que es, ni siquiera como el pintor, sino como el observador sagaz, el visionario que puede hallar en la simiente de lo que nos antecede, lo que vendrá. Quisiera añadir que el nivel de la escritura es óptimo. He dicho poco: es excelente. Aquí está de cuerpo entero el meditador, el ensayista, el narrador, regalándonos una prosa concisa, imantada, espejeante. Diría, para seguir con sus analogías, una prosa magnetita.
La intención de Lara es dotar de inteligencia y sagacidad la lucha por sobrevivir, el instinto de conservación, la prolongación de la especie, lo que hace de los insectos minúsculos o de los grandes peces, verdaderas máquinas cibernéticas. Sus breves opúsculos anuncian en esta sección una especie de parada obligatoria antes de cerrar el libro. Vale decir, otra manera de colocar una advertencia en el camino.
Lara no abandona, aunque quiera, los propósitos que lo llevan a escribir y a dotar de belleza el pensamiento abstracto. Ya sea como escultor, como miniaturista, como pintor, o como pensador, la escritura está en función de ese mensaje escrito en el tiempo, lo mismo con la violencia de una idea que con la sutil analogía de un ensayo.
Su ¨Diccionario de la lengua dantesca¨ rebasa ese perfil para fijar entonces su criterio de un modo más preciso. El libro va a culminar con otro modelo de escritura, la que proviene de la observación científica y la precisión lingüística. Ambas pueden ser tan exactas, tan duras, tan palpables como la piedra. Pero su diccionario es esquivo, y equívoco. Sus definiciones no aparecen en ningún texto anterior, son invenciones, disfrutes, actos de rebelión y de violencia contra la cárcel que los contiene. Lo que está valorado como bueno —bueno, bello y útil— aquí está invertido, aquí se muestra en su envés, en su naturaleza oculta. Ni la bondad ni el altruismo, ni la esperanza, son valores perennes, sino estados de la conciencia, y a veces verdaderos obstáculos para la condición humana. Su juicio del Quijote es la prueba palpable: ¨Obra de obligatoria lectura para cuerdos recluidos en hospitales por enfermos siquiátricos en libertad¨. ¿Seremos locos, o seremos cuerdos? Lara puede gozar con su manera de entender el idioma y con su astuta rebelión de los géneros. Lara canta a la dicha de pensar, a la enorme libertad de las palabras.
Dejemos entonces al escultor, pintor, meditador y poeta absorber gota a gota el agua de la existencia y hacer que ella llegue a nosotros con esa persistencia, esa astucia, esa entrega del Beatles, del escarabajo de Namibia.
La Habana, 29 de marzo de 2016
Datos del autor:
Jesús Lara Sotelo (La Habana, 1972) es artista de la plástica y escritor. Inicia su obra literaria a la par de su formación autodidacta en las artes visuales con la escritura de su primer poemario ¿Quién eres tú, God de Magod? en el año 1991. Tiene 26 años de carrera artística durante los cuales ha realizado más de 70 exposiciones personales y colectivas tanto Cuba, como en Estados Unidos, Argentina, Panamá, España, entre otros países.
Además de ¿Quién eres tú, God de Magod?, escrito en 1991 y publicado en el año 2008, tiene escritos más de 40 libros de los cuales ha publicado los poemarios Odas en azul prusiano (2011), dedicado a la Prima Ballerina Assoluta Alicia Alonso y al arte danzario, (reeditado como Alicia y la elección de la fe) el cuaderno de Aforismos Mitología del extremo (2010) prologado por el desaparecido Dr. Rufo Caballero, el poemario Domos Magicvs (2013) prologado por César López, Premio Nacional de Literatura, así como el poemario Lebensraum y A dos manos, escrito con Lina de Feria (ambos publicados en 2016 por la Colección Sur), así como la Antología Poética: El laberinto ante mí (2017).
En lo relativo a estudios formales cuenta con una formación en Diseño Mecánico. El resto de su paso por las facetas de la pintura, la fotografía, la cerámica y la literatura han sido mediante la formación personal autodidacta. Sus piezas forman parte de las colecciones privadas de cerca de 15 jefes de Estado. Entre otros ha recibido el reconocimiento Utilidad de la virtud.