Por Mildred de la Torre
Foto: G.BlaskyStudio
Jesús Lara Sotelo vuelve a mover el pensamiento de los lectores. Su obra, bien sea pictórica o poética, ha merecido el reconocimiento de no pocos críticos del país. Ella anda por los caminos de los saberes de quienes tienen la difícil responsabilidad de valorar el arte y la literatura para beneficio del público degustador del conocimiento culto.
La historia, la literatura antigua y moderna junto a la filosofía se muestran, en este libro de Lara, como un todo a través de las páginas sensibles de un singular poemario que tiene, entre sus múltiples fascinaciones, la de su propia vida. Se está delante de un hombre que ha crecido paulatinamente por encima de sus circunstancias.
El autor se adentra en las complejidades no solo de su historia personal, sino también, éticamente, en la de algunas de las personas que lo han acompañado a lo largo de su existencia. Esta se expone como una sucesión de etapas sin que desaparezca la memoria y como una luminaria permanente que exhorta al lector a la necesaria reflexión sobre la imprescindible continuidad de los valores.
Lara se sitúa a la altura de su realidad o por encima de ella, nunca por debajo, muy propio de la naturaleza del creador. Lo cierto es que las zozobras nutren a los cantores y estos, cuando son reales y legítimos, saben andar dentro de ellas sin perder la brújula del futuro. Él demuestra la necesidad de descarnar el tiempo para sentir sus huesos moribundos.
Y es que el autor de Kroni y la reencarnación de los espejos muere tantas veces como resucita y sus múltiples viñetas denotan una inusitada cultura polivalente sobre el mundo, provocando un convite de inteligencia en los lectores, sin tiempo fijo para su culminación.
En la obra en cuestión hay dolor sin desaliños onerosos. Su escritura pinta al óleo la guerra, la muerte, la destrucción de la ecología, la desvergüenza, las falsas decisiones, el alma inopia, la cobardía, el cataclismo moral, la impotencia y la retórica de los filósofos descoloridos como falsos códigos de un planeta en crisis.
Resulta evidente que el poeta desea llegar al futuro, pero el presente lo detiene y es cuando asume su intensidad. Su cuerpo se mueve sintiendo el incontenible mundo de las aguas. Tal vez piense que hacia ellas regresará cuando la vida retorne a su estado original.
Él sabe que la soledad es lo oscuro del amor. Cuando surge se destruye la esperanza porque antes, mucho antes, desapareció la ternura. Lara quiere evitarlo a través del canto de las aves y por eso pregunta: “¿y qué es el fin sino la soledad bajo este cielo revuelto y oscuro?” Entonces trata de no penetrar en las miserias humanas para no revolverlas más allá de sus pestilentes existencias.
En la forma en que se expone en el texto, la desacralización de los mitos eróticos parece confundirse con la irreverencia, pero no lo es, aunque hay parte de razón en algunas conductas contradictorias del amor. El poeta quiere demostrar que aquellos pueden convertirse en acciones amordazantes de la libertad de pensamiento, entiéndase del espíritu.
Los símiles de su libro identifican al autor como criatura emergida de lo bueno y de lo malo, es decir, entre el águila y él, quedando dicho, con extraordinaria mesura: “… y vi los ciclos de la semilla de Dios germinarme en el pecho…”
Ciertamente, su estilo por momentos declina el tono y se muestra sombrío, pero siempre es cauteloso ante la posible mutación de los dioses terrenales. Su literatura es paciente, a veces parece llegada de los siglos irradiados desde el oriente cuando la esperanza se hizo niño en un pesebre.
En su texto, de rara aunque convincente escritura, hay añoranzas continuas y retorno al dolor original, devenido en himno de batalla contra la parálisis de los sentimientos.
En su exposición, el pequeño desvalido que hubo en Lara cae en la trampa de sus metáforas para demostrar que el vacío no es un abismo sino un espacio carente de amor. Desde esa idea, subyacente y reiterada, intenta alertar al mundo sobre la inocuidad y la tontería.
Ciertamente, Jesús Lara no comulga con las élites, aunque la integre como poeta e intelectual. Habla de sus propios orígenes familiares, sin apostar por un determinado color de la piel o clase social. Así, lanza su poemario para recordarle al mundo que solo la creación sincera y culta puede construir el futuro, si es de todos, por supuesto.
Nos habla de la cotidianidad con sus desigualdades e injusticias. Tal parece como si inquiriese al pasado desde las iniquidades del presente.
Por muy descarnado que parezca su discurso poético y engorroso por los asuntos que trata, él es capaz de entregarnos, siempre que se lo ha propuesto, una obra altamente dotada de esperanzas y victorias, precisamente, lo que el mundo de hoy necesita. Es de agradecer, a quienes lo propician, la publicación de este libro.
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Mildred de la Torre y Luis García Pascual Premios Nacionales de Historia 2016