Por Alberto Marrero
Foto: G.BlaskyStudio
Son varios los escritores que me conmueven. Escoger a uno y discriminar a otros me parece una injusticia. Nadie puede hablar de una influencia única. Eso sería demasiado aburrido y, a no dudarlo, peligroso. Cuando la influencia viene de una sola fuente las costuras de lo que siempre se toma prestado, como decía R. W. Emerson, se notan. Seguir sin imitar. Ese es el asunto, decía Cortázar, uno de los autores más venerado de mi generación. Por eso me voy a referir muy sucintamente a un grupo de escritores que ha dejado su rastro en lo que escribo, sin que ello signifique que mi literatura tenga la calidad ni el vuelo de los aludidos. Cualquiera puede leer a los mejores, pero eso no es garantía de nada, aunque una nutrición espiritual adecuada ayuda a combatir la escualidez y la mala digestión. Cómo no.
No voy a comenzar con la monserga de las lecturas formativas; prefiero referirme a narradores que leí y aun leo en madurez, porque me aportan o me imantan al decir de Lezama. Este mismo, si bien poeta en esencia, me mostró la posibilidad de la imagen como vehículo de trascendencia y el sentido de la interconexión. No hay nada en este mundo que no pueda relacionarse, decía Vila Mata, incluso lo más lejano o disímil. El universo, y por ende la existencia, es una gran armazón de lo visible e invisible. La literatura se encarga de develar, o mejor, de insinuar esto último. Para Ricardo Piglia, un autor singularísimo que supo difuminar con eficacia las fronteras entre los géneros, el cuento se construye para hacer aparecer artificialmente algo que estaba oculto. Y lo oculto siempre es lo más atractivo, porque al lector no le interesa lo que ya sabe de la vida. Borges me puso en el camino de las tramas secretas, de las verdades secretas, de la palabra pensada cuidadosamente, de los laberintos narrativos y de los juegos con el tiempo. En Rulfo pude percibir el arduo proceso de escritura en el cual se decanta de forma parecida a la poesía (de hecho en este autor se respira con intensidad la poesía de la prosa que no es lo mismo que la prosa poética), a fuerza de cortes significativos sobre el cuerpo del texto, librándolo de cualquier desbordamiento banal o explicativo, didáctico. Rulfo es la perfección, la meta inalcanzable.
Hemingway me demostró que lo esencial se esconde para que el lector lo adivine, como en la vida misma. ¿Acaso no nos pasamos todo el tiempo adivinando cosas, suponiendo esto o aquello, porque no está claro o porque las cartas de lo cotidiano no se viran con facilidad? El cotejo es permanente y el absurdo es más real de lo que intuimos. Virgilio Piñera lo vio así en el drama de la insularidad, en las tensiones misteriosas de nuestra relación con la realidad. Su lenguaje poco solemne, sin empaque, carente de descripciones, paródico, coloquial, con frecuencia caustico, te ponen frente a la cruda circunstancia de personajes urbanos que viven en los bordes y tienen miedo. La rebelión de los enfermos es un magnífico ejemplo.
Mucho antes de Piñera, resalto las voces imprescindibles de Lino Novas Calvo y Enrique Labrador. El primero con La luna nona, Cayo Canas y La noche de Ramón Yendía, este último cuento uno de los mejores de la literatura cubana de todos los tiempos; el segundo con el célebre Conejito Ulán.
Yo creo que nadie dejaría de mencionar a Salinger. ¿Quién no ha leído más de un vez Un día perfecto para el pez plátano? ¿Quién no recuerda cada detalle de ese extraordinario cuento?
En los cuentos de Antón Pavlovich Chejov, que leí por fortuna en su idioma, comprendí el valor de las estados de ánimo, de las pequeñas miserias humanas que apuntan a hacia una tragedia mayor. Expresar desde lo ínfimo un mundo, una época, es una proeza narrativa poco frecuente. Su discípulo, el estadunidense Raymond Carver, también se ocupa de las pequeñas desventuras existenciales, de las vidas anónimas y corrientes que naufragan por impulsos supuestamente triviales, de sueños perdidos y relaciones fracasadas. Toda su obra está transida de un nerviosismo contenido, por el peligro de algo inminente que nunca sabremos. He ahí, sin duda, otro maestro. Por cierto, en un breve ensayo sobre la teoría del cuento Carver expresó: Son muchos los escritores que poseen talento; no conozco a escritor alguno que no lo tenga. Pero la única manera posible de contemplar las cosas, la única contemplación exacta, la única forma de expresar aquello que se ha visto, requiere de algo más.
García Márquez para mí es el fervor de contar historias. Contar sin forzar la narración, sin experimentaciones demasiados culteranas o zafias, cautivando por el poder de la palabra y el hechizo de la historia.
Para Eduardo Galeano, otro escritor que me conmueve, uno siente primero que el trabajo intelectual consiste en hacer complejo lo simple, y después uno descubre que el trabajo intelectual consiste en hacer simple lo complejo.
Según Galeano Juan Carlos Onetti siempre le decía: “Vos acordate aquello que decían los chinos (yo creo que los chinos no decían eso, pero el viejo se lo había inventado para darle prestigio a lo que decía); las únicas palabras que merecen existir son las palabras mejores que el silencio”. Entonces cuando escribo me voy preguntando: ¿estas palabras son mejores que el silencio?, ¿merecen existir realmente?
A la pregunta de qué concepto tenía del cuento, Cortázar respondió: Muy severo: alguna vez lo he comparado con una esfera; es algo que tiene un ciclo perfecto e implacable; algo que empieza y termina satisfactoriamente como la esfera en que ninguna molécula puede estar fuera de sus límites precisos.
Me he referido al cuento, pero algunos de los autores mencionados son también novelistas. Sobre la llamada “inmediatez” de la novela o de la narrativa en general hay criterios. Para algunos inspirarse en lo que está ocurriendo en el presente (con los recursos de las ficción y no del testimonio) puede resultar dañino cuando esas circunstancias caduquen; otros opinan lo contrario. Al respecto Carpentier (otro de los autores que me fascinan por un montón de razones que no voy a enumerar) escribió en 1952: La observación de acontecimientos contemporáneos por los novelistas no alienta, de inmediato, la creación de grandes novelas. Los conflictos más terribles, las revoluciones más dramáticas, las guerras más cruentas, solo alimentan novelas – cuando las alimentan – de modo retrospectivo, por proceso de reconstrucción, examen y evocación. Sin embargo, escribió La consagración de la primavera cuando aun estaban frescos los hechos de Playa Girón.
Para Kundera la novela acompaña constante y fielmente al hombre desde el comienzo de la Edad Moderna… En ese sentido comprendo y comparto la obstinación con que Herman Broch repetía: descubrir lo que sólo una novela puede descubrir es la única razón de ser de una novela.
Leyendo a los grandes narradores he llegado a la conclusión de que la ficción coopera con la verdad y a veces la enuncia mejor. Carlos Fuentes afirmaba que la historia solo se hace verdaderamente histórica cuando es literatura. Fascinante reflexión ¿no le parece hermano lector?
Alberto Marrero, 4 de septiembre de 2017
Alberto Marrero Fernández (La Habana, 1956). Poeta y narrador. Autor del poemario El pozo y el péndulo, publicado en la primera edición de la colección Pinos Nuevos, en 1994. Con La salvación y el eclipse obtuvo mención en el concurso Julián del Casal de la UNEAC, en 1991. En 2003 conquistó el Premio Nacional de Narrativa Hermanos Loynaz con el libro Último viento de marzo. Su libro Los ahogados del Tíber mereció en 2004 el premio de cuento del concurso Luis Rogelio Nogueras, del Centro del Libro y la Literatura de La Habana. Ese propio año Ediciones Unión dio a conocer su poemario La cercanía infinita. En 2007 publicó el libro de cuentos Efecto Babel por la Editorial Letras Cubanas. Premio de poesía Julián del Casal de la UNEAC en el 2009 y premio de cuento de La Gaceta de Cuba de ese mismo año. En 2014 obtuvo el premio de poesía Alejandra Pizarnik con el cuaderno El salto mortal de la escritura, auspiciado por la Revista Amnios, la Casa del Alba, la Casa del Yeti y la Embajada de Argentina en Cuba. Premio de poesía Nicolás Guillén en el 2015 con su cuaderno Las tentativas Premio de cuento El hilo y la cuerda, convocado por la filial de la Uneac de Villa Clara en el 2016. Poemas y cuentos suyos han sido publicados en revistas y antologías de editoriales del país y del extranjero. Es Máster en Historia y miembro de la UNEAC.