por: Lina de Feria.
Esencialmente experimental, la estructura de este poemario evidencia una interpolación entre el corpus del mundo y el poeta.
«Heme aquí aplicándome una autohipnosis», revelan sus versos el desesperado ánimo de su creación. Venido del cosmos, su oscuridad es solo revelación. Hecho de viajes continuos, sus colores en la paleta determinan una escritura inusitada.
Grand Prix ocasiona el fragor de una guerra precedido por un dios mío apocalíptico. El sello de su verso no destapa más que la epifanía de las noches.
Él se asombra de los «cerebros lineales» porque marcado por una mortalidad privilegiada no se sale del conjunto ni del asunto verdaderamente enriquecido.
Asombra cómo su promoción lingüística asemeja a los hombres para los entendimientos.
No es altisonante ni busca al pie de los dromedarios etapas cancinas.
La cáscara de manera enhiesta no la compromete con un verbo fácil.
Adueñado de su mente, rasga la memoria con decrepitud. Pero halla la fuerza eterna de su divagar.
Lo caliente es espuma de sus días y siempre lo veremos partir para regresar. El regreso es un tema inocuo. Pero no está con el «volverán», por el rictus del rostro.
Apremiado de enseres, él explota la predisposición del habla.
Pasado por el fuego lento logra ser cosmopolita al mayor del mundo.
Y visitando un Nueva York en deshielo no se interna para la vida.
¿Quién sospecharía un malandrín en él?
La hostilidad es una consigna para su signo.
Vertamos un sinnúmero de paciencia para su destreza.
Ya se ven las clarinadas del día en que su triunfo
sea innegable.
Septiembre 2015