Por Jesús Dueñas Becerra
Foto: G. BlaskyStudio
La Psicología como rama del conocimiento humano que estudia las leyes, categorías y principios sobre los cuales se estructura la vida psíquica y espiritual del hombre tiene dos vertientes esenciales: la académica, que percibe dicha disciplina como ciencia y como profesión, y la intuitiva o natural, que le es inherente al sujeto.
En el campo de la creación artística, si bien es útil conocer los esenciales mínimos en los que se sustenta la ciencia del espíritu para facilitarle al artista la labor que realiza, NO es el conocimiento psicológico de tipo académico el que traza las coordenadas que pautan su quehacer artístico-profesional.
Es ese don psicológico natural o yo intuitivo, que tiene su génesis en el componente espiritual del inconsciente freudiano y le indica al artista cuándo y en qué momento debe «atrapar» los principales rasgos caracterogénicos de la persona que capta la cámara o aparece reflejada en una obra pictórica o escultórica.
José Martí recoge en uno de sus aforismos ese fino olfato psicológico que distingue —desde la niñez— no sólo a los artistas, sino también a los científicos y demás intelectuales pertenecientes a cualquier manifestación del saber humano.
«Las cualidades esenciales del carácter, lo original y enérgico de cada hombre, se deja ver desde la infancia en un acto, en una idea, en una mirada». No creemos que haya mejor indicador que esa frase del Apóstol para «aprehender» la esencia de la personalidad del sujeto objeto de atención e interés del artista. O sea, observar —cual tigre al acecho de la «presa»— la forma de hablar, de gesticular, de comportarse, de bailar, de hacer silencio (muchas veces más elocuente que miles de palabras), de desenvolverse o desarrollarse en su medio habitual.
En consecuencia, detener en el tempo psíquico ese momento… único e irrepetible, que el artista desea «eternizar» en una foto, en una obra pictórica o en una escultura.
Desde las páginas de los medios de prensa con los que colaboramos habitualmente no nos cansamos de repetir que los mejores psicólogos no son los profesionales con formación académica ni los psicoanalistas con orientación ortodoxa o lacaniana, sino los poetas y los escritores. ¿Por qué? Porque conocen los cuadrantes fundamentales sobre los que descansan la psiquis y el alma humanas.