por: Elisa Alvarez Delgado
Resultaría presuntuoso comenzar este texto abocando la poesía de Jesús Lara Sotelo al panorama literario actual desde el más elevado índice de contemporaneidad que dejan entrever sus líneas. Aunque no crean que exagero. No quisiera, de igual manera, perfilar sentencias que incurran en absolutismos vacuos, carentes de solidez que respalden mis argumentos. Lo cierto es que me encuentro ante un creador que no conoce de límites en el arte. Difícil de encajar en estilos, tendencias o modas del momento, discurre entre ellas presto, únicamente, a las exigencias de su conciencia de artista.
Sin vacilaciones, poder descubrir a un Jesús Lara en pleno siglo xxi ya es suficiente para descifrar la verdad del universo y atenuarnos a la popular sentencia «conócete a ti mismo». Porque cuando creemos que con sobrada habilidad colonizamos «tierras vírgenes», una vuelta en rosca provoca un deslumbramiento y «yo es otro», muy alejado del que usamos como máscara a diario. Resulta curioso que en medio de un contexto que potencia la experiencia del desarraigo, del descolocamiento y la enajenación, se haya forjado un hombre que privilegia una mirada redentora que se vuelve hacia el ser humano como centro reflexivo. Pero no es tan fácil como lo digo, ni tan difícil como lo creen, pero créanme cuando les aseguro que Lara es un auténtico degustador de tormentos mentales.
Jesús Lara es un hombre que desde muy temprano consolidó su manera de pensar y de verse a sí por encima de temores, de incomprensiones y de lo desconcertantemente humano. Las convicciones que a fuerza de dolor fraguó en su conciencia hacen una deconstrucción del individuo que recaba en el significado más profundo y conmovedor de su existencia. Razones como esta le asigna la cualidad de filósofo que el crítico Rufo Caballero citó hace algunos años y que bien se constata en el perfil antropológico, sociológico, y sicoanalítico que vislumbran sus creaciones. Refiero este último aspecto a propósito de la nueva entrega que nos hace el autor: ¨Trece cebras bajo la llovizna¨.
La poesía fue el género escogido por Lara Sotelo para incursionar en la literatura apenas entre los diecinueve y veinte años de edad. ¿Quién eres tú, God de Magod? fue la lírica enaltecedora que reconcilió el reboso juvenil con la incontinencia desgarrada que se retuerce y absorbe de los pesares del hombre. Así lo exclama en una de sus sentencias: «¡Qué voluntad del león por ser cordero! (…) ¡Qué voluntad de la abeja por ser león! (…) ¡Y yo, por los tabiques, qué serafín de llamas atizo y soy! (…)». Quizás fue en su amalgama del oprobio donde la herida cauterizó en cenizas y una explosión de verdades irrefutables escandalizaron la prosa. Es que eran, sin dudas, los veinte años de un espíritu que carecía de paz, de serenidad y que adensó su naturaleza en los estados límites del lenguaje. Sin embargo, aquellos momentos de repliegues, denuncias y tormentos encontraron en su alteridad el guiño a la irreverencia literaria del autor.
Los aforismos que en paralelo nacieron dan fe de la versatilidad que recorre los presuntos encierros. En vano intentaría yo extraer del ámbito de mis simples palabras escritas el término justo que logre condensar la más pequeña parte que pudiese estar contenida en la capacidad multifacética de este artista. Todos aquellos que, como yo, le conocen, sabrán a lo que me refiero.
La colección aforística —reunida posteriormente en el texto Mitología del extremo (2009)— acierta en su brevedad y concisión y son principios sentenciosos y doctrinales que rejuegan con la sabiduría como resultado de la experiencia vital. «La selectividad exige renuncias», nos dice el autor. Las palabras son justas y el conocimiento dosificado moldea la desnudez del discurso, porque, así expresa más adelante, «la disciplina no es castigo». Su voz reclama, exige de valores morales que regulen la sensibilidad y la conducta humana. No se trata de los repliegues remunerables que distan del crecimiento para anclarse en la autolimitación. Lara nos habla de sacrificios, del coste que supone el aprendizaje, del precio que requiere el labrado del espíritu que toma su camino propio.
Lo minimal de las expresiones aglutina el sentido reflexivo que no repara en la claridad de las palabras como emisión, sino en el proceso metonímico que se sale del léxico como código interpretativo. Las preocupaciones humanistas, morales y existenciales de Jesús Lara en estos aforismos evocan el sentido filosófico al que Rufo hacía alusión. Incluso, reafirman tal condición en la continuidad que entrelaza a ¿Quién eres tú, God de Magod? y Mitología del extremo, y en el posterior texto Domos magicvs (2013), como imbricación de ambos géneros literarios.
Cito estos tres textos anteriores al poemario que nos ocupa por las siguientes razones. El primero (¿Quién eres tú…?), al decir de Rufo, constituyó una prueba de honestidad intelectual, el segundo (Mitología…), según su perspectiva, la cumbre creativa del autor. Por su parte, a Domos magicvs le atribuyo un estado de transición para conectar estas dos vertientes anteriores, ya sea desde el caudal poético o bien desde la máxima aforística. De hecho, en su prólogo, César López, Premio Nacional de Literatura, comentó que «La llovizna se transforma en lluvia». Y sobre este manantial que nos inunda, de ¨Trece cebras…¨ nos llega el gran salto evolutivo que corrobora la madurez poética y la lírica del escritor.
De acuerdo con tales afirmaciones, a las puertas de cerrar el 2015 me atrevería a juzgar por la palabra, y en consecuencia admitir, que ya no existen cúspides creativas en la lectura de Jesús Lara. Todo se ha equiparado. El artista ha logrado atinar las pautas de su intelecto y una vez más se nos escapa entre las manos.
Se siente, en igual medida, el peso de la erudición cuando recabamos en el historial literario que alberga Lara en más de diecisiete títulos que abarcan, además, la crítica, el ensayo, la narrativa, entre ellos varios sin publicar. Con respecto a los textos inéditos me permito citar los poemarios ¨Paradoja: Capítulo al éxtasis¨ (1994), ¨Zen sin Sade¨ (1999), ¨¿Llagas inéditas o enojo insomne?¨ (2003), ¨El cuarto paso¨ (2005), ¨Ojo sencillo¨ (2007) y Mitología del extremo (2009). Hasta el momento solo ha sido publicado, además de los ya abordados anteriormente, Alicia y las Odas prusianas (2011), obra poética dedicada al ballet y a la insigne bailarina Alicia Alonso.
A ¨Trece cebras bajo la llovizna¨ le preceden cinco poemarios del mismo rigor intelectivo, dígase, ¨Grand Prix¨, ¨Piercing en la pupila¨, ¨Luz de loto¨, ¨Amaranto¨ y ¨El escarabajo de Namibia¨. Razón sobrada tenía el crítico Peter Ortega cuando aseveraba que la obra de Lara está a prueba de balas. Su variedad de vocaciones implica diversas apetencias que no se manifiestan como lucha de contrarios, sino como la superposición de ejercicios alternos que se complementan. Lara no abandona nunca estas prácticas porque, como bien expresa, «No poseo los cuerpos ya habitados, vencidos. Puesto que ya son predecibles y lo imaginable reduce la capacidad de sorpresa y de hallazgo que asiste al arte en general y a la poesía».
Su incursión en las disímiles zonas de la plástica, el audiovisual y el performance establece relaciones fluidas, dialógicas, a modo de vasos comunicantes que trascienden la derrota y el conformismo. Se trata de una alternativa que lo libera de las apariencias, de los letargos y adormecimientos que reducen la eficacia del pensamiento. Y así lo declara en uno de sus axiomas: «(…) No sé si todavía el arte podrá salvar lo que como humanidad hemos perdido, quisiera pensar que sí. Espanta pensar (…)».
Definitivamente el autor se nos torna inclasificable. De una composición visual saca un aforismo y de un aforismo un poema. Bien lo cataloga la poetisa Lina de Feria, Premio de Poesía Nicolás Guillén, cuando aseguró que Lara «es un genio de la poesía cubana contemporánea» en ocasión del homenaje que le realizara la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) a la insigne escritora por su 70 cumpleaños, en el pasado 17 de agosto.
¨Trece cebras bajo la llovizna¨ se asienta en la indagación crítica. En este sentido subyacen entre líneas tres núcleos fundamentales, tres ejes que atraviesan el contenido como componentes medulares: el humano, el político y el del poder.
Para adentrarnos en el primer apartado prefiero retomar la exposición de artes visuales ¨Boxing citadino¨ que el artista llevó a cabo en mayo de 2012, a propósito de la XI edición de la Bienal de La Habana. La muestra se centró en los concurridos espacios de las ciudades y en cómo estas, cifradas en un contexto mediático, desestabilizan al ser humano. En la exhibición este se representa mediante la asfixia, el consumismo, el desarraigo, la paranoia y el esnobismo. Con ¨Trece cebras bajo la llovizna¨ Lara no deja de cuestionar la realidad, la variación radica exclusivamente en el lenguaje.
Con igual densidad que en ¨Boxing citadino¨, el poemario apela a la verdad como un espejo que no edulcora el rostro de lo real. «(…) La homofobia no depone sus armas y el producto interno bruto crece pero reduce bocas, doblega espaldas (…)», nos dice. Lara envía señales que deconstruyen la experiencia y nos revelan significados y mecanismos más profundos. Su mirada insubordinada dimite de los falsos dioses y del poder.
Más adelante expresa: «(…) Dice que la verdadera patria es el viaje, la expedición, la búsqueda incesante de una identidad en los pies (…)». El autor nos hace espectadores y protagonistas. Somos esas imágenes que dibuja con las palabras, como si el lenguaje fuera la vida que se hiciera al pintarla.
El compromiso de Lara con su presente y con su historia, que al fin es la historia de todos, estima el valor documental del poemario. En un texto como ¨Esfera¨ refiere: «Fue diagnosticada bipolar e internada en una sala común mientras lanzaba escupitajos a una imaginaria estufa (…)». Los signos de la realidad, actuante y cambiante, delatan el proceso de deshumanización que padece nuestra historia. Mas, Lara es fiel discípulo del extremo, de los límites que le dan al lector márgenes para la deliberación de sus propios criterios. Por esto, los temas amorosos, con ciertos toques de erotismo, hacen un apacible acto de presencia. Cuando nos dice: «(…) Dejándome rasurar sentí que me elevaba hacia el jugoso abismo de tu boca», aunque lo crean, Lara no se descuida del comentario inteligente, incisivo, cuestionador. La temática de la mujer ocupa en su obra una zona favorecida y sensible a las revisiones que cimentan los estudios de su naturaleza. El goce de lo femenino se vale de un trasfondo analítico que reconoce el concepto de la belleza. El autor se aleja de la exterioridad y las apariencias. Cuando nos dice «(…) Idealizar a una mujer me hace sentir la sed y el hambre de una manera distinta (…)», diría incluso que no se trata de posturas machistas ni antifeministas, sino del riesgo que este detecta en las negociaciones, intercambios que fluyen como coartadas, como armas de doble filo y que sin temores esconden las máscaras de la imparcialidad.
Teniendo en cuenta el tránsito entre uno u otro tema, en los cambios de registros que distan desde lo pasional a los desgarrados espejismos de la inocua realidad, podemos captar la omnipresencia de un mismo sujeto lírico en la narración. De aquí se deriva que el discurso tenga un tono autorreferencial, amén de la información añadida que ilustran los relatos.
Desde el punto de vista de la voz podemos observar entonces que el poemario se vale de una fuerza estética unificadora que le imprime coherencia. Se señala el tiempo en presente, aunque el pasado imponga sus remembranzas como influencias. Más puntual aún se expresa cuando el poeta aborda una reacción nostálgica, desde una retrospección, a la libertad perdida de la niñez. «(…) En el huerto de mi infancia nadie acechaba y mis amigos de entonces respetaban el alto al fuego».
Podemos identificar en el poemario una estructura expositiva que consta de alteraciones. Sustituyendo la ambición de lo poético, Lara rompe la tendencia a la regularidad con un gesto libertino que expresa, por sí mismo, un sentimiento, una idea. El autor no pretende enmascararse ante la continuidad y las transiciones de un plano hacia otro, en sentido contrario, tiende a producir en todo momento efectos de impacto en el receptor, de choque sicológico y emocional que hacen más vívida la idea expresada.
La plataforma de lo político —sin ser la más expuesta— nos muestra hechos y vivencias en precipitada sucesión. Así lo enuncia una de sus sentencias «(…) Los imaginativos especulan con una vida mítica, en una casa roja que solo es blanca en invierno (…)». El comentario es exiguo, sutil, pero en sus creces asegura un resultado. Lara va aumentando progresivamente el ritmo y la cadencia de la acción en el contenido y seguidamente apunta: «(…) El dentista fabrica prótesis muy útiles para morder la carne (…)». En estos poemas no existen elementos que conduzcan a una linealidad, los sucesos mostrados no respetan un orden lógico, ni cronológico, ni de un antes y un después en la historia.
El autor establece paralelismos estridentes entre la sintaxis y la sociedad contemporánea y renuncia a ocultar la verdad, aunque sabe que decirla le traerá consecuencias. Con exactitud lo plantea: «El arte tiene que arrancar los cueros del mutismo, exponer sus vísceras y hacer indigestión hasta que se vomiten las mismísimas piedras. Independientemente de la realidad, la verdad y solo la verdad es la que está por encima de toda consideración».
La realidad y sus temas saturan los escritos. En este sentido Lara mantiene un compromiso con la literatura, que es al mismo tiempo su exorcismo. Lo dice en cada poema, en cada palabra donde transparenta esa capacidad de observación que lo sitúa en encrucijadas donde nada es imposible: «(…) Quizás mi adicción sea escoltar fantasmas y negar el magisterio del cielo en la tierra (…)», expresa en uno de sus postulados.
Comunicar de manera efectiva y veloz mensajes de diversa índole presupone un reto que encierra el propio dinamismo de nuestros tiempos. Sin embargo, rescatar el pasado en medio de una realidad que se sustenta del aquí y ahora, resulta una empresa de difícil acceso. En una de las líneas del poema ¨Con aire bizantino¨ Lara nos dice: «(…) No fue Mein Kampf ni el manifiesto bermellón de Mao los que asentaron campos de maldad o falsa concordia a ambos lados del mundo (…)», y más adelante, en el mismo texto: «(…) Los analgésicos me ayudan a engañar el dolor y a borrar la diferencias entre el humor negro y el rosa (…)» . Aquí el cuestionamiento no se esconde tras la sordidez irremediable de la vida cotidiana, ni tras la sensata soltura de las palabras en el lenguaje. Lara no tiene miedos y desentierra pasajes oscuros, zonas escabrosas de la historia que bien se ajustan a la expresión exacta de nuestra realidad interior y exterior.
Cuando llegamos al tercer y último núcleo, el del poder, no podemos perder de vista el contexto que moldea la creación. Nos encontramos en una sociedad en la que los medios de comunicación han adquirido un carácter central y el desarrollo del escenario multimedia ha hecho toma de posición mediática en el nuevo esquema de valores y relaciones. La globalización como alternativa de desarrollo nos ha enfrentado a nuevos modelos de vida y la enajenación desemboca en insospechados vínculos de causa y efecto. La dramaturgia del escenario sicosocial se consolida en las drogas, la homofobia, las prácticas sexuales extremas y la solidez de la masa, aumenta considerablemente su peso.
De acuerdo a las consideraciones del teórico francés Michel Foucault, «el poder se construye y funciona a partir de otros poderes. Las relaciones de poder se encuentran estrechamente ligadas a las familiares, sexuales, productivas; íntimamente enlazadas y desempeñando un papel de condicionante y condicionado». Sobre estas pautas, ¨Trece cebras bajo la llovizna¨ recentraliza la autonomía del hombre como motor inicial que mueve las cosas y, sin embargo, esgrime su esencia a partir de los contrarios hegemonía/subalternidad.
Sin dudas el poemario puede leerse como huella del proceso histórico que vivimos actualmente. Cuando Lara refiere «Acaso la Playboy de Hugh Hefner tiene la respuesta a la vehemencia que sufren las mujeres (…)» acentúa una vez más esa mirada privilegiada que con regocijo dirige al sexo femenino, pero su alcance no se estrecha a estos contornos. El autor recaba en identidades, consumismos irracionales, límites, excesos, desarraigos. En igual sentido ocurre cuando nos habla de Facebook, Google, Youtube, Twitter, redes sociales que —entre sus desventajas— someten al individuo a una desconexión con lo real, a una exposición de la vida privada, a un estado adictivo que propicia el ocio como alternativa de vida.
La universalidad de los temas se baña de un gesto profanador que dispara directamente al razonamiento de un lector avisado hacia un discurso de hondas implicaciones éticas, y así lo expresa «El fin de La Guerra fría legó a sus chicos videojuegos para que nunca dejasen de pensar en la guerra (…) El mundo que describen los videojuegos no es tan abstracto y su color favorito es el gris de la ceniza». La narración, determinada por el paralelo visual que crea la lectura, está constituida por una estrategia que tiene como finalidad seducir y atrapar a ese receptor desde procedimientos puntuales como el impacto y la velocidad.
Refiero el término velocidad porque este es uno de los aspectos que más logra cautivar la percepción visual, y aunque no constituye el cine o la televisión el fenómeno de nuestro análisis, la literatura de Lara, en este caso, consta de ráfagas de imágenes que parecieran la consumación de un spot publicitario. El público tropieza intelectualmente con la idea trazada por el autor. El efecto es directo y preciso mediante la confrontación de diversas «imágenes», la articulación de la historia es continua, variada y dinámica. El discurso, concebido a partir de una convivencia de realidades divergentes, tiene la capacidad de presentar a esa realidad en su dinámico desarrollo y a la vez, mostrar la mayor cantidad de información posible. Son estos, precisamente, los elementos que nos permiten aseverar que el discurso nace con la voluntad de impactar. Y así se constata en el poema ¨Evocando las jirafas de Dalí¨, cuando expresa: «(…) La BBC opina que Google tiene secuestrado a Salomón en Amazona. Giselle enmudeció cuando Nerón se sentó en el senado y otras Romas ardían lejos de sus conciertos públicos». ¡Pero se atreve! Ya Lara no nos deja de otra que una sonrisa en el rostro entremezclada con un gesto de perplejidad.
Como ojeando una obra de Paul Valéry, se aprecia el fuerte contenido intelectual y esteticista en la sinuosidad de la lectura. El verso libre, como condición constitutiva del texto, no se afilia a pautas rítmicas ni de metraje. Así lo afirma César López, premio Nacional de Literatura: «Lara, al igual que en su obra plástica, muestra en la poesía los vaivenes y toques de diferentes estéticas y tonalidades». Sin admitir cercos a su creación, Lara Sotelo es un hombre pleno, completo, que se diversifica en las disímiles ramas del arte, pero no pierde la esencia que lo constituye. Solo visita los estilos, no hace casa en ellos. ¿Cómo podría faltar el aire de humor en una obra tan diversa? Sin vacilaciones, se las arregla para transitar triunfante en los matices del humor. Un poema como ¨Apagones¨ pareciera que nos toma el pelo, que nos dejamos llevar y apenas nos percatamos. El cuerpo de texto tiene un cauce, un matiz y, de repente, cambia la diferencia tonal y estamos haciendo un viaje por la Empresa Eléctrica. Qué astucia.
Lara quiere despertar el espíritu del lector. Su estilo no tiene estilos y su arte, como él, se ha forjado a las luces de la espiritualidad, como armas que buscan sus fuerzas en el linaje del dolor, del sacrificio, del desprendimiento. Por eso siendo su condición la de indagar al fondo de las profundidades, nos parece profanada su gesta de aversión. «(…) No hay salvación posible para el hombre atacado por el arte», nos dice en su poema ¨Humano¨, ese demasiado humano que escribiría en Domos magicvs, haciendo alusión al texto del filósofo alemán Nietzsche. Y es precisamente lo que somos, humanos, por eso el poeta se aferra a recordárnoslo cuando se refiere a Hitler, Stalin, Al Capone, Napoleón, Freud, Garibaldi.
Desde God de Magod Lara se cuestionaba: ¿quién eres tú?, el signo ha trascendido dos décadas después y miren qué curiosidad, aun no encontramos respuestas. ¿Constituirán acaso las ¨Trece cebras bajo la llovizna¨ el acertijo que esconde el sentido oculto de la interrogante?
Pero, los títulos delatan índices de referencias y por qué no cuestionarnos honestamente ¿quién eres tú, obstinación orgullosa?, o ¿Multitudinaria soledad?, o ¿Amarga sapiencia? Creo perfilar la madurez de la que les hablaba hace un rato en estas sentencias. En ¨Trece cebras…¨ ya Lara se ha desinhibido de los placeres mundanos, de las legendarias apetencias para hacer y deshacer en la poesía como el espíritu travieso del niño que lleva dentro. Títulos como ¨Algo de cinismo no viene mal¨, ¨Nuevo corte universal¨, ¨Ejecución¨, ¨¨Tentáculos¨ y ¨Solo por hoy, ya son coquetos juegos de sintaxis que, irónicos, reclaman de atención. Son retozo en el espacio, sabiduría, cosmos, que acompañado de perspicacia se deleitan por encima del bien y del mal. ¿Qué hacer pues?
¨Trece cebras…¨ ha llevado a su máxima expresión el oficio del poeta. Expuesto a aparentes paradojas y contradicciones que sustentan el corpus literario, Lara Sotelo ha desdibujado las fronteras del arte porque gusta de la acción inteligente que lleva a contrasentidos. Llegado este momento les puedo reafirmar que nunca deja de sorprendernos. Justo ahora que consideraba emitir un juicio crítico-valorativo, me detengo en la condición humana como cumbre reflexiva que interviene toda la obra del creador. Sin embargo, reparo en las cebras, las rayas de las cebras, la condición animal de las cebras. ¿Acaso nos está sugiriendo el autor un estrecho vínculo metafórico que delata la involución humana? Pues, retomando la pregunta de Kant, ¿qué somos nosotros? Le dejo la tarea al lector. Los 67 poemas podrán esclarecer las interrogantes, mas, el receptor ya entrenado en el ejercicio, podrá arrojar revelaciones sobre las huellas de las cebras, borradas por Lara o por el impacto del gran temporal.