Sobre Theatro Mundi
Por: Alberto Marrero
Foto: GBlaskyStudio
Poemarios como Theatro Mundi nacen para ser leídos oblicuamente. Una lectura frontal sería siempre infructuosa, por no decir imposible. El poeta sabe que la fuerza de la poesía radica en el poder contagioso de la imagen, en sus múltiples ramificaciones. Lo he recalcado en otras oportunidades: leer a este autor tiene sus riesgos que oscilan entre el más profundo desconcierto y la epifanía. Y cuando digo desconcierto me refiero a su habilidad para golpearte en el mentón y dejarte por momentos obseso, estupefacto, sin asidero, cuando de pronto un verso te revela la clave, la contraseña y entonces sucede el milagro de la iluminación.
El mundo visto como un gran teatro donde todo sucede, parece ser el sentido de esta nueva propuesta de Lara, cuyo proceso creativo es imparable, casi obsesivo. ¿De dónde saca tantas ideas? ¿Qué lo impulsa hacia los escenarios más recónditos? La respuesta podría estar en el poema que cierra el cuaderno.
Pastillas para dormir
Volví a soñar con camiones cargados de gorriones muertos. Esta y otras imágenes se han hecho recurrentes. Matan gorriones con ruidos que los mantengan todo el tiempo en el aire hasta el agotamiento. ¿Será porque yo también viví durante años asustado por los ruidos, moviéndome de un sitio a otro? Los gorriones de China caían desfallecidos y la multitud los remataba con palos. Otra de mis pesadillas es amanecer encerrado en una cripta de Vancouver, bajo la nieve espesa. Debo haber visto la escena en una película de horror. El horror me hace caminar a veces por las arenas de Irak, Siria o Yemen. La humanidad atravesó desiertos con la fe puesta en una tierra promisoria. Las cosas se repiten como el error y la desesperanza. Cualquiera puede terminar apaleado por las circunstancias o por la historia. Cualquiera se muere en un baño público que parece una cripta hedionda. Antaño los marineros vigilaban el viento y las corrientes que los llevaran a tierra firme. Los gorriones morían porque a Mao se le antojó culparlos del fracaso de las cosechas de arroz. La película no es de un director conocido y yo fui uno de los pocos que la aplaudió. He colgado estas ideas en Facebook y me han recomendado pastillas para dormir.
Premonición
Lo que veo ya lo vi antes. Soy un pintor que hiere el ideal. En el reverso de la existencia hay muchos más trastornos y mutilaciones que las que sospechamos. He recibido ofertas de remedios que enderecen mi vista. El misterio de Michael Jackson es un acto de hipnosis colectiva. Lo mío es más sencillo: lo que me fascina (o me espanta) ya sucedió antes, porque la naturaleza imita al Arte y no a la inversa como muchos creen. El papel de chivo expiatorio me ha dado algunas habilidades para tentar la rueda de la fortuna. Lo común en todo crimen son las artimañas y los zancos que elevan de la tierra, pero nadie es digno de perdón. Tengo deformaciones que la mirada sagaz de Maupassant jamás habría detectado. El pataleo de los ahorcados ha sido descrito con suma delicadeza por historiadores. La poesía imita la ofuscación del ideal y el dolor de las puertas cerradas. De mi paz, solo queda una nación triste, una cápsula silente.
Entre esmeraldas falsas y cintas de hierro
Ayer volví a escuchar Turandot de Puccini y recordé los balbuceos de cierta época feliz. Por aquel entonces yo corría en el dorado pasto y luego me adentraba en una noche de sexo. En una misma soledad tú y yo, ustedes y nosotros, perseguidos por una luna rota que albergaba sin embargo la fe. Entre esmeraldas falsas y cintas de hierro crecimos mirando una colina al revés. La realidad no siempre es tibia ni mucho menos lógica. Los altavoces no se cansaban de repetir que el miedo era una nube pasajera, un olor que se desvanecía tras un buen estornudo. Mi cabeza descansa sobre una almohada traslúcida. En todos los rincones jadean dioses agotados. De mi alianza con los leopardos no queda nada. De cien cosas imprescindibles la esperanza elige un campo abierto. Ayer volví a escuchar los agudos de una extravagante historia y recordé las consignas en los altavoces, y el miedo que se desvanecía como una nube pasajera.